Cuando queden pocas formas de expresarse, te acordarás de cuando estaba permitido pensar.

lunes, 4 de marzo de 2013

Capítulo 5: Every snowflake is different


Every snowflake is different~  

Capítulo 5: El primer amor del mundo.



— Venga, que quiero una foto así —dijo, con la cámara en una mano y la otra en mi hombro.
—Dios — reí —solo una, y no se la muestras a nadie.


"Esa foto".
Después de tanto tiempo —más bien, relativamente —, lo último que pensaría, es que aun conservara esa foto. Y más aún, que se le ocurriera la brillante idea de utilizarla para escribir un libro.
"Así que, de eso va su historia tan maravillosa, ¿No es así?"
Cavilé un poco sobre las posibilidades. Así todo precintara en una narración detallada e impudicia de una relación lésbica que ocurrió hace ya más de 4 años, en realidad no habían muchos pormenores de mi lado.
Y más aún, ¿Porqué? Porque escribir un libro sobre la corta relación que sostuvimos hace casi un lustro. Esto debía ser lo más humillante que he vivido —Y vaya que me han humillado —.
Terminé encerrada en uno de los cubículos del baño, nisiquiera tenía mi bolso, que debí haber soltado en medio de mi histeria. Tomé mi rostro entre las manos y reprimí un gemido.
—¿Scarlett? — Me llamó Elizabeth tocando la puerta — ¿Estás bien?
— Si si — respiré hondo y me restregué los ojos, hasta que después de un par de segundos para serenarme, me animé a salir.
—¿Que ocurrió corazón? — averiguó Elizabeth, acercando una mano a mi hombro mientras arrugaba el entrecejo, en un gesto de aires maternales.
—Una tontería, olvidalo — dije, en medio de una pelea interna por restarle importancia al tema.
Reí nerviosa. Me negaba tajante a dejar que Elizabeth notará lo alterada que me traía el haber visto aquella foto.
Seguía mirandome, parecía no estar segura de que decir , y realmente a este punto no quería continuar con la charla.
— Tan solo abriste el libro y saliste corriendo... — No me había dado cuenta, pero Elizabeth llevaba el libro en una mano. Lo levantó, e hizo exactamente lo que yo; lo abrió y miró la contraportada por un momento — ...oh, ¿Es esto? Vaya, no me sabía ese lado tuyo Scarlett...
Elizabeth me miraba, con varios gramos de desconcierto en la mirada. No lo noté hasta que mi cuerpo recobró la comunicación con mi cabeza y levanté la mirada.
—¿Como? ¡No para nada! Es solo que... — me mordí el labio. Seguramente no sería lo más conveniente contar toda la verdad, pero tampoco se me ocurría una excusa que pudiera sonar convincente — Bueno... E-es una larga historia, y tengo que ver a Nathaniel... hablamos luego, ¿Si?
Como acto reflejo busqué el bolso sobre mi hombro, donde evidentemente no estaba. A eso, mi compañera de trabajo me estiró el bolso que seguramente se habrá caido en algún momento.
Lo cogí, presta a retirarme del incómodo ambiente en el que me encerré, dentro del baño de la editorial, con una escritora veterana que ahora me miraba con las cejas arqueadas en una expresión un tanto trastocada. Salí casi trotando, con la mirada en el suelo hasta llegar al cubículo 2, apartamento "Cabaal" de lectura contemporánea.
Me desparramé en una de las sillas frente al escritorio de Nath.
Las cosas me estaban saliendo demasiado mal para soportarlas, el ritmo de la vida tan pasiva y sin complicación que me había ocupado de cosechar estos años, se estaba agitando a un ritmo que no estaba segura de querer aceptar. Había pasado ya por cosas similares, a las que no me había dignado responder con decencia y prefería ignorar — ya ha de ser obvio que mi vida entera se sostenía bajo esos no realmente encantadores principios — y era justo lo que planeaba hacer en la presente ocasión.
"Nunca vi esa foto, ella no trabaja aquí y nada de esto está pasando" pensé en un vano auto-convencimiento.
— Oh, mira quien decidió llegar — escuché la voz de Nathaniel, luego una silla chirriando contra el suelo y el aire atorado entre los tejidos del asiento soltarse mientras Nath se sentaba. — Creí decir 12:00, pude haberme equivocado pero no lo creo, en fin. — seguía hablando, lo más probable es que mi expresión en ese momento sea triste y aburrida; Nathaniel debió haberlo notado porque respondió diciendo — ¿Hay algún problema contigo ultimamente, o son cosas de mujeres que este treintañero no podría entender?
— Maldita sea Nath — sonreí —nada demasiado interesante como para contarlo. Por cierto, estoy aquí por algo. — rememoré entonces, apoyando los codos sobre la mesa.
Después de eso, la única charla que sostuvimos tuvo que ver con trabajo.
Empero, Nathaniel trató de insinuar algo con respecto a Rosalya y el porque de ese apreció tan especial, al grado de otorgarme una preferencia laboral que cualquiera notaria no me merecía. Aún así yo me preocupé por no dejar a relucir ni como me afectaba el tema, ni nada que pudiera dar pauta a más preguntas incómodas.
Según entendí, Rosalya — en todo su papel de diva consentida — comentó como si nada lo mucho que le agraba mi trabajo, y que sería una verdadera lástima tener que aplazar tanto su impresión.
Así no funciona el mundo de las letras, por supuesto, pero a nadie le importó tener que darme cierta ventaja para mimar a la chica que iba en camino a crear un nuevo best seller para un sello tan mínimo como Oohel.
— Entonces, dame un mes y tienes tu hermoso libro en todas las librería locales, y más — declaró con orgullo mi editor
— Ya, ¿Esperas que te aplauda? — vacilé — Muchas gracias, Nath, enserio.
— Trabajo por comisión, ¿Recuerdas? — bromeó y ambos reímos un rato; nos despedimos y me retiré.
El papeleo necesario para la impresión del libro estaba listo desde hace varias semanas ya, no había más que hacer salvo esperar.
No cavilé en ir directamente a casa, no porque estuviera cansada, solo mentalmente dilatada.
— Miren quien es, la segunda gran consentida de Oohel — vaciló Wiriam.
No le había visto, venía trotando hacia mi hasta detenerse a mi lado. Así mismo lo hice yo, hasta estar de frente.
— Eso es cruel, ¿Lo sabes cierto? — bufé — que rápido se hacen chismes por acá.
— Hoo si, eres la nueva gran celebridad — rió de buena gana al punto de contagiarme a mi la risa que buena falta me hacía — en fin, a lo que vine. Hoy, mi casa, fiesta, ¿Vienes? — me pasó una papeleta que parecía tener la forma de una invitación a algo así como una fiesta improvisada.
— Que, ¿Tus padres se van y te dejan la casa sola? — bromeé con un cierto toque de sorna.
— Si claro, irónico ahora tu eres la cruel — me miró con las cejas arqueadas y luego rodó los ojos — vamos, eres aburrida pero igual debo invitarte por educación.
— Solo porque me lo pide el peli-azul. Pero nada de alcohol, niño — comenté siguiendo con las bromas pasadas y me despedí de el despeinandole el cabello con cariño.
Así es como me llevaba con Wiriam. Era jóven, quizá solo unos 6 años menor que yo pero eso no restaba a que fuera uno de los editores más jóvenes de Oohel y uno de los más talentosos a la vez. No es que viviera con sus padres, solamente hacia muy poco que dejó el hogar paterno.
El era huérfano, nunca se avergonzó de decirlo y es por eso que teníamos una relación un poco tosca con las palabras. El hacía comentarios subidos de tono y yo los contesta a la par, en esa clase de relación donde sabes que siempre se habla de coña y nadie sale ofendido por más sal que le heches a la herida.
Ni bien llegué a casa no había mucho que hacer, en realidad me dediqué a cosas nimias para matar el rato como arreglar la casa, meter ropa a la lavadora y hasta llamar a la agencia de publicidad para revisar ciertos detalles por última vez.
Cuando caí en cuenta, eran las 9:00, y estaba en decidia de ir a la fiesta de Wiriam o pudrirme en la soledad, pues debajo de ninguna piedra encontraba la respuesta. Así hubiera quedado, de no ser por la oportuna visita de Diana con un clarísimo mensaje a mi nombre.
— Y cito, "Sácala de su casa y traela del cabello a ser necesario, que si no sale de vez en cuando le saldrán orugas en las sentaderas"— me dijo ella cuando apareció en mi puerta, arreglada para salir y con la excusa de que Wiriam la había llamado para persuadirme de asistir a la fiesta en su casa.

~♦~♦~♦~

— ¡Veo, veo, dos guapas señoritas! — vitoreó Wiriam, al vernos a Diana y a mi.
Al final, terminé en la casa de Wirr; después de ser engatusada por mi mejor amiga, una semana demasiado difícil y reencontrarme con un amor fracasado, una fiesta es lo que la mayoría de la gente espera al final de la semana, inclusive yo creía merecerlo, aunque sea minimamente.
— Misión cumplida — anunció Diana cuando saludó al anfitrión
— Tu muy bien ¡Eh! — vociferó este último, mientras le daba la vuelta a mi amiga, dejando apreciar su atuendo. — y tu, muy mal chica, mira que dejar broncear las piernas de vez en cuando no es pecado, preciosa — vaciló dirijiendose a mí.
Diana estaba hecha y derecha para la ocasión, con un modelito negro corto y tacones, aunque no era material fiestero, cuando la ocasión lo ameritaba, no ponía peros en vestirse como dios manda. Muy a diferencia mía, yo apenas traia pantalones ajustados y un blusón que con trabajo y lograba no desentonar demasiado.
— Gracioso Wirr, gracioso — le sonreí.
— Vale ya, que aquí a mi amiga le hace falta una buena peda para sacarse lo amargada que se lleva con la vida — bromeó Diana, que como no me doy cuenta, me jalaba a la mesa de bebidas y me inyecta todo el material de la casa.
Yo no tomo, ni hoy ni nunca, aunque no me molestara dar un sorbo inocente de vez en cuando para tener contentos a mis amigos, no era capaz de acabarme un cuartito de nada.
— No voy a tomar nada, te dije que solo venía a saludar — le contesté cuando intentó pasarme un vaso con algún menjurge raro cuya procedencia seguramente me asustaría.
— Eso no, no fué el trato — ellá tomó un buen trago de su vaso y me acusó de lo más campechana — te vas a divertir, vas a bailar, vas a tomar y te divertirás, y si puedo conseguir que tengas sexo esta noche lo haré, ¿Estamos? — dijo, en plan de coña claro, aunque aún así logró apenarme la forma en que lo dijo.
Entre una y otra, Diana empezó a tomar y bailar hasta que logré separarme de ella el tiempo suficiente como para escabullirme un rato. No era que la fuera a dejar sola en una fiesta donde no conoce a un cuarto de los presentes, sino que necesitaba oreame un poco del olor a alcohol y gente de adentro.
Llegué al patio de atrás, no había nadie más que un grupito charlando, del cual me mantuve lo más alejada posible.
— Miren nada más a quien lograron sacar de su jaula — escuché una voz conocida; era la de Rose White, una escritora novata de Oohel.
— Hola Rose — le sonreí con cortesía, no es que nos llevaramos muy bien pero ella me agraba y daba la pinta de ser alguien llevadera en el escaso tiempo que le conocía.
— Hola — sonrió de vuelta — ¿Qué haces aquí? Creí que eras chica de casa.
— Soy una especie en peligro de extinción, me han sacado de paseo, ¿No se nota? — bromeé y ella rió breve.
Sacó una cajetilla de cigarros, me ofreció uno y lo acepté, no porque fumará como hábito, sino porque quería entretenerme con algo por lo menos.
— Pues, ojalá y no te extingas — comentó dando su primer calada al cigarrillo
Hablamos de trivialidades por un rato apenas, sobre el trabajo, preguntas casuales con la simple intención de hacer plática.
Rose era muy jóven para ser escritora, con apenas 19 años, terminando de estudiar su carrera en pluricultura, había publicado un par de libros para niños que habían dado su pegue, más que nada a nivel local pero igual eran muy bellos y aptos. Era una chica servicial y adorable, y bastante romántica que según escuché, planeaba publicar una novela romántica próximamente.
— Hola, Scarleth — escuché que alguien me llamó a mis espaldas mientras charlaba con Rose, con el brazo apoyado contra la pared, jugueteando con la colilla del cigarro que ya se había consumido — Disculpa, Rose, ¿Verdad? Nos podría dejar a solas un rato, tengo que hablar con ella.
— Ehh... Muy bien, nos vemos Scarleth — se despidió entonces Rose, quizá un poco alarmada por su tono de voz, quizá por mi cara de shock, quizá por lo que debió haber pasado por su cabeza entonces.
Me quedé callada, aún dandole la espalda, y decidida a no verle la cara. Si tenía algo que decir, lo iba a hacer sin tener el derecho de verme a los ojos.
— Hola, Debrah, ¿Cuanto tiempo eh?